miércoles, enero 16

Invitación para ser testigos




Al revisar cada una de las páginas, sumergiéndome en cada palabra, no sólo pude conocer otro punto de vista sobre la vida de un hombre inigualable, sino que pude comprender un poco mejor, enriquecido en mi limitada óptica, la influencia de una gran figura en la historia humana y en mi historia personal.


El diálogo en que se construye y proyecta el diálogo de dos hombres conocedores de la vida de Karol Wojtyla es por demás iluminador, nos permite conocer aspectos y dimensiones poco abordadas en anteriores biografías o escritos de expertos sobre S.S. Juan Pablo II; este texto tiene la virtud de transportanos a los acontecimientos rememorados brindándonos la sensación de haber sido un testigo más en cada instante ocurrido. Pareciera que vemos todo por encima del hombro del secretario personal del obispo, del cardenal y, finalmente, del Papa.


Al hacer imágen cada letra nos dirigimos a cada uno de los contextos que parecen adornar, como cuidadosos detalles la fachada de un templo, los sucesos descritos y, pareciera que al convertirnos en testigos, constatamos algunas de las decisiones y acciones de Wojtyla; incluso a veces pareciera como si sus sentimientos y la profundidad de su pensamiento se revelarán al lector de forma asombrosamente sencilla. Esto es posible gracias al encuadre preciso, cálido y sincero, de don Estanislao. Definitivamente este es un gran libro que promueve el recuerdo activo y comprometido de un gran hombre.


Anoto a continuación los párrafos estremecedores con los que culmina el recuerdo de quien fuera su más cercano colaborador:



Al acabar la homilía, el cardenal Ratzinger hizo una señal en dirección a la ventana, y nos dijo que seguramente él estaba allí, mirándonos, bendiciéndonos. Yo también me di la vuelta, no pude evitar dármela, pero no tuve valor para mirar hacia arriba. Al final, cuando llegaron al recinto sagrado, los anderos que llevaban el ataúd lo giraron lentamente. Como para permitirle una última mirada hacia su plaza. La despedida definitiva de los hombres, del mundo. ¿Pero también de mí?. No, de mí no. En aquel momento no pensaba en mí mismo. Lo he vivido junto a todos los demás. Todos estaban impresionados, turbados. Pero para mí era algo que no podré olvidar jamás. Mientras, el cortejo fúnebre ya estaba entrando en la basílica, tenían que bajar el ataúd a la tumba. Y ha sido entonces, justo entonces, cuando he empezado a pensar. Lo he acompañado durante casi cuarenta años, doce en Cracovia, luego ventisiete en Roma. He estado siempre con él, junto a él. Ahora, en el momento de la muerte, se ha ido solo. Lo he acompañado siempre, pero de aquí se ha ido solo. Y este hecho, no haberle podido acompañar, me ha impresionado profundamente. Sí, lo sé, no nos ha dejado. Aún sentimos su presencia, las numerosas gracias obtenidas a través de él. Y, además, yo le he acompañado hasta este punto de la Iglesia. Pero de aquí se ha ido solo. ¿Y ahora? ¿Quién le acompaña en la otra orilla?

Para a quien este texto interese:

Una vida con Karol., Stanislao Dziwisz conversación con Gian Franco Svidercoschi., Ed. La esfera de los libros., Madrid, España, 2007., p. 246., ISBN 978-84-9734-657-3.

1 comentario:

  1. Escribir sobre una persona que queremos o quisimos es el ejercicio menos objetivo pero quizá más entrañable.

    Saludos, por acá navegando en la blogósfera.

    Sergio

    ResponderBorrar

Lo mío ya fue, ¿tú qué dices?