jueves, junio 7

La tentación del Tlatoani



En la antigüedad el ave fénix era un ícono para el resurgimiento; un símbolo también para aquellos que creían que de las cenizas podría resurgir la vida. Este ser mitológico nos ha acompañado desde entonces y hoy por hoy quienes se recrean en la así llamada literatura fantástica pueden encontrarlo de manera asidua y frecuente. En ocasiones es impresionante como lo que ya ha pasado, se mantiene vigente ¿Dónde lo he visto?.

Me parece que por estas latitudes, el ave fénix, también tuvo su huella. No en vano seguimos esperando a Quetzalcóatl quien se inmoló en una pira de fuego. Pero me parece que en este siglo, y desde el anterior, nosotros hemos comprendido mal el mito proyectándolo a nuestra vida pública. Lo hemos sistematizado, lo hemos atribuido a nuestra incipiente democracia. A ésta limitada expresión representativa, que no participativa, le hemos conferido el poder de "regenerar" la posibilidad del cambio y la esperanza en un círculo mucho más ínfimo de tiempo, tan sólo seis años. Y hemos encuadrado aquél viejo mito en un actor concreto ¡el presidente electo!.

Cada seis años, un sector importante de nuestra sociedad, piensa "ahora sí lo lograremos"; para "sorpresas" de la vida, en seis años esas palabras habrán de quemarse en el fuego de la desilusión. Pasado el tiempo otro sector, con otro figurín "resplandeciente", aparecerá como una nueva posibilidad que se consumirá así misma. Baste ver a quien enarbolaba la esperanza y ha quedado envuelto en su propia y retorcida lengua. 

El papel del líder máximo, del Tlatoani conquistador y poderoso, se nos ha ido metiendo en los genes; se ha introducido hasta el núcleo de toda institución pública, de toda iniciativa, de todo programa y proyecto. Y tiene también presencia en el sector privado. Ahí también, si se me permite la expresión, hay "vacas sagradas"; ahí también las palabras se queman a sí mismas, aunque los ciclos no sean de seis años.

Hemos pretendido la renovación, la mejora, el progreso, sólo por medio de liderazgos. No se me malentienda, no estoy en contra, del liderazgo (ya hablaré de él en "hazyaprende"); creo  que el liderazgo, en su justo medio, es una habilidad personal puesta al servicio de lo social, ya sea en su dimensión pública y/o privada,  pero no podemos seguir esperando que todo y nada ocurra por una sola persona, por un sólo partido, por un sólo sector de nuestro país. O vamos todos o no vamos. 

Para poder salir de este círculo vicioso electorero tendríamos que madurar como sociedad y como ciudadanos; y eso rompe con la dádiva, con la comodidad, con nuestro modo de vida apelmazado por la indiferencia. Donde otros deciden, donde me "representan" pero no me consultan opiniones, dan por hecho que todos son "cargada", rebaño al cual conducir.  

No creo, como se ha venido presentando en estos días, que la marcha y la manifestación pública sea el mejor y único camino para generar el "despertar social" que permita evitar “la tentación del tlatoani”. Puede ser un paso, pero no es condicionante. No debe ser “por aquí, y sólo por aquí” Hay otras variantes, otros caminos. Yo tengo por lo menos claridad en una vía.

Creo que otra manera de romper con el paradigma del ave fénix versión México y Latinoamérica, pasa por el momento de asumir una renovación personal, de cada uno, respecto su responsabilidad inmediata.

Es muy infantil, y cada día me convenzo más de ello, vivir esperando que otro ser humano, limitado igual que yo, venga y me resuelva todos mis problemas como persona y, si lo queremos amplificar, como Sociedad. Si me mantengo en esa postura, si me rehúso a crecer acabaré siempre lleno de cenizas, esperaré otro resurgir inviable, un plazo incumplible. La vida no me alcanzará y como Moisés, me quedaré a la orilla del viaje, a la puerta de aquella tierra nueva, la prometida que nunca podré disfrutar. 

Los liderazgos, sobre todo los públicos, políticos, y sociales deben asumirse como mediadores entre la responsabilidad social y la responsabilidad personal. Deben hacer fluir, mediante sus capacidades y habilidades concretas y personales, la necesidad que la Patria, que nuestra nación tiene de cada uno en cada momento específico. Soy ferviente defensor de que si yo cambio, cambio al mundo como se ha dicho; aunque éstas sean palabras que suenan en el desierto.  

En esto, como en tantas otras situaciones, creo que es momento de volver a lo sencillo, a lo simple aunque nos parezca sinsabor (otro día hablamos de la tentación a la complejidad), ¿a qué me refiero?, a cumplir aquellas "pequeñas cosas" que SÍ pueden hacer la diferencia, reduzco a tres ámbitos específicos:

Padres de familia, ¡tomen las riendas de la educación de sus hijos! Eso debe verse como la verdadera construcción, diaria, cotidiana, de nuestro país. ¡Aunque cueste! ¡Muéranse en la raya!, ¡ Por ellos y para ellos! Pues así dan la vida por todos, la dan por ese concepto cercano del “nosotros”.

Trabajadores, empleados, empleadores, empresarios ¡asuman su compromiso más allá de la óptica individual!, ¡observen, sin temor, que en ustedes descansa la esperanza de transformación cotidiana, continua! Transforman el mundo en términos económicos pero también pueden mejorarlo en sentido humano mediante la convicción personal.  

Autoridades, públicas y privadas, asuman la responsabilidad que implica su cargo. Vivan ustedes lo que piden vivir a otros, asuman ustedes lo que quieren que otros asuman. Véanlo bien, "ustedes "y "nosotros" es sólo una forma de hablar, ¡somos iguales!. Necesitamos su liderazgo pero no estamos dispuestos a la sumisión.

Dejemos a las cenizas con su falso resurgimiento; dejemos la tentación del liderazgo totalitario, atrevámonos a ser nosotros los protagonistas del Cambio y no los espectadores de una película que nos ha negado todo el crédito y nos tiene considerados como “extras” al fondo de la pantalla.

Volver a lo sencillo no es otra cosa que vivir aquella máxima "el que es fiel en lo poco recibirá más".