jueves, agosto 9

Nula empatía

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La imagen se ha repetido, dentro de ciclos definidos, de manera constante cada cuatro años.

Probablemente ahora los televidentes podemos ser un poco más conscientes y críticos respecto lo que observamos. Remarco, podemos. No quiere decir que lo seamos. Muchas veces seguimos como espectadores a pésimas prácticas de difusión de nota y de posición de “interés periodístico”. Pongo un ejemplo.

Un compatriota, o una como en este último caso ha sido frecuente, alcanza la gloria olímpica y se convierte en figura. Pobres de aquellos, por el contrario, que no alcanzan la meta, pues son señalados con múltiples adjetivos cuidadosamente seleccionados para tatuar el fracaso en su trayectoria.

Es cierto que todos, quienes observamos las competencias que se dan en los juegos olímpicos, estamos expuestos al riesgo de la clasificación maniquea; pero tal vez los reporteros, y demás corresponsales de los medios de comunicación, sean más proclives a experimentar lo que podríamos llamar “suspensión moral” frente al derrotado compatriota. Pues no se detienen a considerar lo que ésta pérdida para el ser humano que tienen enfrente significa.

Tienen delante a alguien que ha invertido los últimos cuatro años, por lo menos, en transformar su existencia en disciplina. Todos los días, todas las horas, todos los momentos concentrados a la exigencia del deporte a nivel competitivo. Sólo ellos, quienes han vivido este desgaste, conocen a detalle la cantidad de renuncias, sacrificios, dolores, complicaciones, abandono de vida social y/o afectiva que han sufrido. Han fracasado en su intento y el reportero, muchas veces obtuso, se atreve a preguntar un monumento a la estulticia: “¿cómo te sientes?”

No hay otra manera de explicar este absurdo que el hecho de considerar que el "brillante" reportero se ha desconectado de su pensamiento y de su sentido humano. Pero podemos pensar un poco mal, pues la ingenuidad, contrario a lo que se piensa, no es tan común como se cree. Más plausible es que el sensacionalismo de obtener el quiebre afectivo del atleta es el objetivo del reportero. Así lo parece pues confrontan, son incisivos y repetitivos, buscan algo más que la impresión del atleta. Es como decirle: “tú no ganaste, y a costa de tu derrota, yo me afirmo en mi profesión”; la nota entonces no es lugar alcanzado, muchas veces un verdadero logro en sí mismo, sino la contabilidad exacta de los mililitros derramados en lágrimas antes del colapso y de la pérdida del habla de quien ha visto frustrado sus sueños y su tiempo. Hay una verdadera falta de empatía y una desconexión moral frente al caído.

Dentro de la jungla por obtener la nota, porque no puede considerarse otro mejor ejemplo, pocos son los reporteros que he visto sobreponerse a los 5 minutos de gloria perversa (una alegría malsana) que la vida, como coyuntura les ofrece; sí hay quienes desconectan el “interés periodístico” para conectar el corazón y la compasión humana. Esos reporteros también merecen medalla.

He aquí otra arista ética y de dignidad que los medios tienen como área de oportunidad, ojalá el criterio editorial tuviera más elementos de sensibilización y menos de escarnio. Y ojalá también los televidentes pudiéramos ser plenamente críticos y censurar a los reporteros deshumanizados que nos ofrecen convertirnos en réplicas pequeñas de ellos mismos. Clonación de monstruos, renuncia a la misericordia. 

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