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La imagen se ha repetido, dentro de
ciclos definidos, de manera constante cada cuatro años.
Probablemente ahora los televidentes
podemos ser un poco más conscientes y críticos respecto lo que observamos.
Remarco, podemos. No quiere decir que lo seamos. Muchas veces seguimos como
espectadores a pésimas prácticas de difusión de nota y de posición de “interés
periodístico”. Pongo un ejemplo.
Un compatriota, o una como en este último
caso ha sido frecuente, alcanza la gloria olímpica y se convierte en figura.
Pobres de aquellos, por el contrario, que no alcanzan la meta, pues son
señalados con múltiples adjetivos cuidadosamente seleccionados para tatuar el fracaso
en su trayectoria.
Es cierto que todos, quienes observamos las
competencias que se dan en los juegos olímpicos, estamos expuestos al riesgo de
la clasificación maniquea; pero tal vez los reporteros, y demás corresponsales
de los medios de comunicación, sean más proclives a experimentar lo que podríamos
llamar “suspensión moral” frente al derrotado compatriota. Pues no se detienen
a considerar lo que ésta pérdida para el ser humano que tienen enfrente
significa.
Tienen delante a alguien que ha
invertido los últimos cuatro años, por lo menos, en transformar su existencia
en disciplina. Todos los días, todas las horas, todos los momentos concentrados
a la exigencia del deporte a nivel competitivo. Sólo ellos, quienes han vivido
este desgaste, conocen a detalle la cantidad de renuncias, sacrificios,
dolores, complicaciones, abandono de vida social y/o afectiva que han sufrido.
Han fracasado en su intento y el reportero, muchas veces obtuso, se atreve a
preguntar un monumento a la estulticia: “¿cómo te sientes?”
No hay otra manera de explicar este
absurdo que el hecho de considerar que el "brillante" reportero se
ha desconectado de su pensamiento y de su sentido humano. Pero podemos pensar
un poco mal, pues la ingenuidad, contrario a lo que se piensa, no es tan común
como se cree. Más plausible es que el sensacionalismo de obtener el quiebre
afectivo del atleta es el objetivo del reportero. Así lo parece pues
confrontan, son incisivos y repetitivos, buscan algo más que la impresión del
atleta. Es como decirle: “tú no ganaste, y a costa de tu derrota, yo me afirmo
en mi profesión”; la nota entonces no es lugar alcanzado, muchas veces un
verdadero logro en sí mismo, sino la contabilidad exacta de los mililitros
derramados en lágrimas antes del colapso y de la pérdida del habla de quien ha
visto frustrado sus sueños y su tiempo. Hay una verdadera falta de empatía y
una desconexión moral frente al caído.
Dentro de la jungla por obtener la nota,
porque no puede considerarse otro mejor ejemplo, pocos son los reporteros que
he visto sobreponerse a los 5 minutos de gloria perversa (una alegría malsana)
que la vida, como coyuntura les ofrece; sí hay quienes desconectan el “interés
periodístico” para conectar el corazón y la compasión humana. Esos reporteros
también merecen medalla.
He aquí otra arista ética y de dignidad
que los medios tienen como área de oportunidad, ojalá el criterio editorial
tuviera más elementos de sensibilización y menos de escarnio. Y ojalá también
los televidentes pudiéramos ser plenamente críticos y censurar a los reporteros
deshumanizados que nos ofrecen convertirnos en réplicas pequeñas de ellos
mismos. Clonación de monstruos, renuncia a la misericordia.
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