En la antigüedad el ave fénix era un ícono
para el resurgimiento; un símbolo también para aquellos que creían que de las
cenizas podría resurgir la vida. Este ser mitológico nos ha acompañado desde
entonces y hoy por hoy quienes se recrean en la así llamada literatura fantástica
pueden encontrarlo de manera asidua y frecuente. En ocasiones es impresionante
como lo que ya ha pasado, se mantiene vigente ¿Dónde lo he visto?.
Me parece que por estas latitudes, el
ave fénix, también tuvo su huella. No en vano seguimos esperando a Quetzalcóatl
quien se inmoló en una pira de fuego. Pero me parece que en este siglo, y desde
el anterior, nosotros hemos comprendido mal el mito proyectándolo a nuestra
vida pública. Lo hemos sistematizado, lo hemos atribuido a nuestra incipiente
democracia. A ésta limitada expresión representativa, que no participativa, le
hemos conferido el poder de "regenerar" la posibilidad del cambio y
la esperanza en un círculo mucho más ínfimo de tiempo, tan sólo seis años. Y
hemos encuadrado aquél viejo mito en un actor concreto ¡el presidente electo!.
Cada seis años, un sector importante de
nuestra sociedad, piensa "ahora sí lo lograremos"; para
"sorpresas" de la vida, en seis años esas palabras habrán de quemarse en
el fuego de la desilusión. Pasado el tiempo otro sector, con otro
figurín "resplandeciente", aparecerá como una nueva posibilidad que
se consumirá así misma. Baste ver a quien enarbolaba la esperanza y ha quedado envuelto en su propia y retorcida lengua.
El papel del líder máximo, del Tlatoani
conquistador y poderoso, se nos ha ido metiendo en los genes; se ha introducido
hasta el núcleo de toda institución pública, de toda iniciativa, de todo
programa y proyecto. Y tiene también presencia en el sector privado. Ahí también,
si se me permite la expresión, hay "vacas sagradas"; ahí también las
palabras se queman a sí mismas, aunque los ciclos no sean de seis años.
Hemos pretendido la renovación, la
mejora, el progreso, sólo por medio de liderazgos. No se me malentienda, no estoy
en contra, del liderazgo (ya hablaré de él en "hazyaprende"); creo que el liderazgo, en su justo medio, es una habilidad personal puesta al servicio de lo social, ya sea en su dimensión pública y/o privada, pero no podemos seguir esperando que todo y nada
ocurra por una sola persona, por un sólo partido, por un sólo sector de nuestro
país. O vamos todos o no vamos.
Para poder salir de este círculo vicioso
electorero tendríamos que madurar como sociedad y como ciudadanos; y eso rompe
con la dádiva, con la comodidad, con nuestro modo de vida apelmazado por la
indiferencia. Donde otros deciden, donde me "representan" pero no me consultan opiniones, dan por hecho que todos son "cargada", rebaño al cual conducir.
No creo, como se ha venido presentando
en estos días, que la marcha y la manifestación pública sea el mejor y único
camino para generar el "despertar social" que permita evitar “la
tentación del tlatoani”. Puede ser un paso, pero no es condicionante. No debe
ser “por aquí, y sólo por aquí” Hay otras variantes, otros caminos. Yo tengo
por lo menos claridad en una vía.
Creo que otra manera de romper con el
paradigma del ave fénix versión México y Latinoamérica, pasa por el momento de
asumir una renovación personal, de cada uno, respecto su responsabilidad
inmediata.
Es muy infantil, y cada día me convenzo más
de ello, vivir esperando que otro ser humano, limitado igual que yo, venga y me
resuelva todos mis problemas como persona y, si lo queremos amplificar, como
Sociedad. Si me mantengo en esa postura, si me rehúso a crecer acabaré siempre
lleno de cenizas, esperaré otro resurgir inviable, un plazo incumplible. La
vida no me alcanzará y como Moisés, me quedaré a la orilla del viaje, a la
puerta de aquella tierra nueva, la prometida que nunca podré disfrutar.
Los liderazgos, sobre todo los públicos,
políticos, y sociales deben asumirse como mediadores entre la responsabilidad
social y la responsabilidad personal. Deben hacer fluir, mediante sus
capacidades y habilidades concretas y personales, la necesidad que la Patria,
que nuestra nación tiene de cada uno en cada momento específico. Soy ferviente
defensor de que si yo cambio, cambio al mundo como se ha dicho; aunque éstas
sean palabras que suenan en el desierto.
En esto, como en tantas otras
situaciones, creo que es momento de volver a lo sencillo, a lo simple aunque
nos parezca sinsabor (otro día hablamos de la tentación a la complejidad), ¿a
qué me refiero?, a cumplir aquellas "pequeñas cosas" que SÍ pueden
hacer la diferencia, reduzco a tres ámbitos específicos:
Padres de familia, ¡tomen las riendas de
la educación de sus hijos! Eso debe verse como la verdadera construcción,
diaria, cotidiana, de nuestro país. ¡Aunque cueste! ¡Muéranse en la raya!, ¡
Por ellos y para ellos! Pues así dan la vida por todos, la dan por ese concepto
cercano del “nosotros”.
Trabajadores, empleados, empleadores,
empresarios ¡asuman su compromiso más allá de la óptica individual!, ¡observen,
sin temor, que en ustedes descansa la esperanza de transformación cotidiana,
continua! Transforman el mundo en términos económicos pero también pueden
mejorarlo en sentido humano mediante la convicción personal.
Autoridades, públicas y privadas, asuman
la responsabilidad que implica su cargo. Vivan ustedes lo que piden vivir a
otros, asuman ustedes lo que quieren que otros asuman. Véanlo bien,
"ustedes "y "nosotros" es sólo una forma de hablar, ¡somos
iguales!. Necesitamos su liderazgo pero no estamos dispuestos a la sumisión.
Dejemos a las cenizas con su falso resurgimiento;
dejemos la tentación del liderazgo totalitario, atrevámonos a ser nosotros los
protagonistas del Cambio y no los espectadores de una película que nos ha
negado todo el crédito y nos tiene considerados como “extras” al fondo de la
pantalla.
Volver a lo sencillo no es otra cosa que
vivir aquella máxima "el que es fiel en lo poco recibirá más".