martes, febrero 5

Días en blanco

Foto: Piknik1977 http://www.sxc.hu/photo/1412923

Ha pasado más de un mes. Ni una sola palabra articulada por estos lares. Desierto blogguero. ¡De nuevo!. Creo tener una teoría.

Y miren que han existido temas, muchos y diversos, sobre los que uno se pudiera haber pronunciado. Enumero nomás por agrandar el post. El afamado tema de la reforma educativa, el gaseoso tema de PEMEX (con el divertido hecho de que nos “giran instrucciones” para no especular), las colaboraciones en El Universal de Sheridan (donde quienes gustamos de la lectura encontraremos un capítulo lacrimógeno de nuestra realidad nacional tal vez semejante a la lucha interna de emociones que generan las telenovelas “refriteras” de hoy), la maestra dando pataletas respecto la evaluación y los obstáculos de la desnutrición, el tigre del circo en el norte que acometió al entrenador y cometió con él sus más animales instintos; tanto de qué hablar y uno aquí secándose sin mucho que decir. 

A veces, duele pensarlo, la realidad no motiva sino que nos refunde en el sillón. De vez en cuando, en contradicción evidente a la tendencia de la hibernación del que esto anota, es necesario sacar la cabeza, cambiar de aires, nomás salir a ver si uno sigue pensando un poco sobre lo que pasa y nos atraviesa de modo frecuente en los medios, en los pasillos, en las amistades, en las familias.

Si bien la realidad supera a la ficción, bien sé cuánto se necesita a la ficción para poder convivir con la realidad. En días como este agradezco que, por lo menos, he podido disfrutar de algunas películas como tenía tiempo que no. Paradójicamente llevo un proyecto para el mundo del cine y no he podido ver más que una cinta. Vimos “Tadeo” en familia y fue harto agradable. Ha sido de las últimas joyas en los días recientes. El cine, una de mis viejas pasiones de hace muchos años, sigue ahí, consolando el ir y venir de los días. La lectura, sin embargo, se ha sentido olvidada y es mujer celosa. ¡Temo su mirada!, aunque la represalia de su indiferencia ya la siento en carne viva.

Sigo a duras penas con la lectura de Marina, un texto recibido en intercambio navideño. Y voy más lento que Casiopea, la genial tortuguita de Momo, y miren que ella solía, ante la prisa del tiempo, tomarse su tiempo. ¡Pero avanzaba! Yo en cambio a paso de “Lento Rodríguez”. Ni siquiera consiento en entrar al estudio, me da miedo que los libros empiecen a gritarme reproches; sobre todo temo a los más “gordos”, si se deja venir un uno por el coraje acumulado capaz que me obnubila. Ahí los tengo, por ahora, nomás de adorno. Condenados como yo a ver pasar días en blanco.

He podido retomar clases los lunes por la tarde y ello ha contribuido un poco al desempolve; con cierto aire de quejumbre, más propio de alguien en tercera edad que de alguien en tercera década, sé que tengo que irme levantando del sillón. Me cuesta, no debo negarlo pero sí resolverlo. Creo que el príismo  que ha vuelto, y en en boga ¡nomás véalo usted!, y que se expande a mi alrededor, en los medios, en los pasillos, en la dinámica de las organizaciones, y en todo resquicio de la vida pública, me ha deprimido profundamente. Despierto, desde diciembre, en un país que pensaba sepultado; veo una prensa que antes “libre y agresiva” ahora es “sumisa y entregada”. El aire apesta a “tlatoani”, se contaminan las fosas nasales con el aroma a “redentor” plenipotenciario de las burocracias y de los conglomerados que añoran la palabra, el gesto, el abrazo enérgico, el aplauso y ahora, hay que decirlo, el copete modelado por la ignominia. ¿Seis años de esto? ¡Espero que nomás sean seis años, otros 70 seguro no los vivo!

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