lunes, febrero 1

En vísperas de la convulsión

1939 fue un año como pocos, fue un momento en la historia humana que conjuntó otros tantos instantes, sucesos e hitos. La conjunción se convirtió en un caldo de cultivo y la gran guerra lanzó su sombra sobre Europa y sobre el mundo de una sola vez y para siempre. Rompiendo un mundo y escupiendo a la vida a otra época, no mejor que la anterior pero siempre con la posibilidad de renovarse.

Mientras se preparaban los ejércitos, mientras se disponian los rifles, pistolas, y se consolidaban las armás químicas recargadas del anterior conflicto, y el borrador de las bombas nucleares apenas parecia una nota perdida de Julio Verne, alguien, como pocos, se daba espacio para reflexionar, en una lejana ciudad de Europa del este.

Hoy, a muchos años de distancia, mientras acompañaba el sueño de Pablo, me encontré con las reflexiones acompasadas como versos hilados en un claro intento de entenderse, de agradecer, de hacer patente lo que hoy se discute: ¡el hombre no es la medida de sí mismo.! He aquí las cavilaciones, relacionadas al futuro y a la eternidad que rodea la historia humana en una época, que se parece a la que se enmarcó en 1939, una época en la que el hombre piensa sobre sí mismo en términos de consolidarse como amo y señor del universo, cuando su pequeñez es infinita comparada con lo que podríamos denominar "Misterio".

Glorifica, alma mía, la Majestad de Dios,
Padre de la bondad y de la gran poesía.

Con ritmo prodigioso mi juventud renueva
y forja mi canción sobre yunque de roble.

En mi alma resuena la alegría del Señor,
Creador bondadoso de la visión angélica.

Apuro hasta los bordes cáliz de rojo vino
en la mesa celeste --tu servidor orante--.
Gracias a Ti, onmipotente, Escultor prodigioso
--mi camino está lleno de abedules, de encinas--;
heme aquí: trigal tierno, soy era bajo el sol;
heme aquí: joven roca sobre el Tatra inclinada.

Bendigo tus trigales -por este y oeste--,
esparce a manos llenas la semilla en tu tierra,
que se colmen de trigo los campos y ciudades,
y sean nuestros días abierta sementera.

Glorifico tu luz --misterio impenetrable--,
a ti que mi alma encatas con canto primigenio,
que a mis cuerdas envías melodías eternas
y dejas que hunda el rostro en el azul del cielo.

El alma de mi cántico es la visión de Cristo.
¡Camina, eslavo! ¡Mira los fuegos de San Juan!
Fulge el verdor del roble santo. Vive tu Rey,
se ha convertido en Jefe y Sacerdote del Pueblo.

Señor, te glorifico por la serena espera
de las ojivas verdes de los días de abril,
por esta juventud --copa de vino ardiente--,
y el otoño nostálgico que los brezos recuerda.

Doy gracias por el canto, por el gozo y las penas,
por el azul y el oro que nuestras tierras viste,
gracias por la Palabra que los hombres habitan.
Gloria a Ti, que recoges la madurez lograda.

Gloria por el silencio insondable del alma
cuando a nosotros baja la Hermosura más alta.
Dios se inclina hacia el harpa, mas las palabras fallan,
cual rayos que en la arista del pedernal se rompen.

Fracasa el verbo. Soy como un ángel caído
--marmorl que mira al cielo, escultura quebrada;
mas en la esbelta línea de sus brazos has puesto
la voluntad de erguirse. Soy uno de estos ángeles.

Te alabo, Padre mío, porque Tú eres el puerto
y el alma de mi canto--¡oh Luz del pensamiento!--
En Ti se inspira el himno de la maternidad,
la palabra cumplida. --¡Tú todo lo consumas!

Seas bendito, Padre, por el llanto del ángel
sobre el alma que a ciegas lucha con la mentira
--rompe Tú ese amor nuestro por las palabras huecas
que emponzoñan de orgullo el corazón del hombre.

Ando por tus caminos, yo, trovador eslavo,
canto con los pastores la noche de San Juan.

--Más la canción orante, que el universo abarca,
la dejo ante tu trono. ¡Es sólo para Ti!

¡Bendita la canción que vuela hacia la altura!
¡Bendita la simienta que en mi surco ha caído!
Glorifica, alma mía, a quien el terciopelo
puso sobre mis hombros y me vistió de raso.

Bendice al Escultor, ¡oh, tu profeta eslavo!
Señor, dame tu gracia --lucho contra el espanto--.
Glorifica, alma mía, canta al Señor tu Dios.
Entona el himno eterno, di: ¡Santo, Santo, Santo!

¡Esta es la canción que se hace poesía!
Púdrase mi semilla en el fondo del surco,
que robles y abedules den sombra a mis caminos,
y sean mis cosechas agradables a Dios.

¡Libro de las nostalgias eslavas! Grita y canta
con los resucitados el amor a la vida.
Que virginal y santo mi cancionero sea
y el himno de los hombres ¡el divino magnificat!

MAGNIFICAT (El himno)
Karol Wojtyla,
Cracovia, 1939

A quien esto interese: WOJTYLA, Karol., Poesías., 5a. Ed., Biblioteca de Autores Cristianos (BAC)., Madrid., 2005., ISBN: 84-7914-791-1


P.D. Agradezco a mi hermosa esposa el maravillos regalo de este libro de poesías.

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