domingo, agosto 11

La alegría de lo sencillo

Vivimos en un mundo agitado; nos gusta lo rápido, lo inmediato, y casi siempre, lo complicado. Si bien la vida que hoy tenemos está rodeada de grandes cantidades de comodidad y enmarcada por la ley del mínimo esfuerzo, a diferencia de quienes abrieron camino para llegar al claro en medio del bosque, nosotros no hemos tenido más que disfrutar el contexto cargado de beneficios con el que hemos llegado al mundo. 

En muchos sentidos un ser humano de este nuestro tiempo tiene grandes ventajas respecto los seres humanos que le han precedido; pudiéramos caer en la tentación e ilusión aparente del progreso como fin en sí mismo, pero no podemos dejar de afirmar que unas cosas van por otras. La vida sencilla, la que se disfruta incluso más plenamente, nos parece en muchas ocasiones una vida aburrida porque no se lee en clave de consumo ni de riqueza económica. 

Hay que volver a valorar el detalle, lo que se revela como pequeño, como insignificante; lo sencillo esconde una grandeza sutil, inusitada, fascinante. Hay que saber encontrar la alegría de lo sencillo, regocijarnos por la vida en cuanto vida; pero ¡cuidado!, esta valoración de lo austero podría pensarse que significa una privación, una negación de la vida en sí misma, podría pensarse que quiere decir tibieza en la simpleza de las cosas y del sinsabor en los instantes vividos. No es ese el planteamiento. Valorar lo sencillo, volver a las cosas mismas, dar cabida al sentido común y a la tranquilidad de una vida que no se deje gobernar por lo económico, pero que tampoco lo desprecie, necesita y precisa un equilibrio. Ese equilibrio no podemos lograrlo a plenitud si nos limitamos a nuestro propio y cerrado mundo. Es necesario levantar la cabeza, escuchar el llamado claro de Dios que no deja de buscarnos. Como dice el Papa Francisco "nos primerea". 

Hoy mientras he recorrido la tranquilidad de La Paz, en especial cuando he entrado en la Catedral, me he dado cuenta que la vida puede ser más hermosa si dejamos que entre a nuestra vida la Gracia, que no se manifiesta de modo petulante, como en la publicidad, como en el marketing, sino que es un llamado especial que toca nuestro corazón cuando somos capaces de romper nuestra propia inercia. La alegría de lo sencillo nos arrastra si dejamos la puerta abierta..."Creo, Señor, pero aumenta mi fe" (Marcos. 9, 24)




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