jueves, septiembre 13

Momentos difíciles

Escribo con la tragedia en la boca. Con el sabor de hospital golpeándome la lengua. Pude verte, ¡lo agradezco profundamente!. A partir de este día odio una palabra, como antes he odiado otras, pero esta ahora con más fuerza: hemodiálisis. La odio por lo que te ha hecho. Tú que conmovías con palabras conmueves ahora con tu silencio. Tu entereza al final pidiendo que encendiéramos, cada uno, tus niños de pandillas, el cirio pascual. No sé si para iluminar tu camino pues estás al límite o para pedir el milagro que te ancle más con nosotros. No permanezco indiferente a tu dolor pero tampoco deseo tu muerte, no puedo desear para ti algo más que lo que Dios tiene preparado para ti desde el inicio. Toda nuestra vida, y sus límites, se inserta en el insondable Misterio. Para quienes creemos, hay razón en todo lo que nos ocurre. ¡Has resistido mucho!. Dicen que debiste haber muerto hace tiempo y aquí estás, observando, esperando, encomendándote a Dios en cada dificultosa respiración. Si lo que dicen los médicos es cierto, este tiempo nuestro, estos instantes, han sido los últimos que hemos compartido sobre la tierra. No pude dejar de experimentar la sensación de la despedida, la tristeza por ver partir a un amigo, a un guía. De alguna manera, a pesar del dolor de verte postrado, con tu querida barba recortada, me siento afortunado de poderme haber hecho presente y poderte dar las gracias por lo que me has dado. Por lo que nos has dado a muchos; muchos jóvenes adultos que antes fuimos niños y que soñamos hacer de este un mundo mejor. Tú nos dijiste que se podía, y ¿sabes algo? ¡sí se puede! 

En gran parte de nuestro encuentro hubo silencio; no tengo la certeza plena de que me hayas reconocido plenamente, prácticamente te encontrabas agobiado por potentes antibióticos que te acaban de administrar antes de mi llegada. Pero no creo que eso sea ahora lo más importante; pude decirte lo que quería decirte y sé que pudiste sentir mi agradecimiento, sabías que era uno más de esos pandillistas a quienes te entregaste generosamente y sabías que estuve ahí contigo, en ese momento. Eso a mí me basta, saber que por un momento, con mi presencia, te sentiste confortado, te sentiste querido y me quedo con tu sonrisa a pesar del dolor, del sufrimiento. 

Te entregué mi crucifijo, nada elaborado, nada ostentoso. Algo que de alguna manera simbolizó para mí, en este momento, ¡tu sencillez!. Siempre fuiste un hombre sencillo, has vivido como un lirio del campo y sólo te has preocupado por agradar a tu Creador. Tu me facilitaste el encuentro que cambió mi vida, tu me diste a Cristo y yo hoy, en medio de la agonía, y porque así lo quiso nuestra vida, pude regresarte algo, muy pequeño, muy breve pero para mi cargado de significado. Llevo en el corazón el convencimiento claro que, hasta estos últimos momentos, te has preocupado por hacer del mundo un lugar mejor. Había muchos queriendo verte, queriendo hacer oración por ti. No estuviste solo pues creo que el amor es correspondencia; nunca nos dejaste solos y todos, dentro de nuestras posibilidades, hemos tratado de estar contigo en nuestras oraciones. Te nos tatuaste en la piel con tu sentido del humor, con tu profundidad, con tu vocación. 

No entiendo a aquellos que dicen que la Iglesia es una realidad lejana, tú la hiciste siempre para nosotros una experiencia cercana. No entiendo a aquellos que maldicen a los sacerdotes y a los religiosos, creo que si te hubieran conocido otro sería su cantar. Has multiplicado los talentos que se te dieron, has hecho crecer la cosecha al ciento por uno. Sé que te llama el descanso que se te tiene prometido, hago votos para que, en el momento así pensado, puedas escuchar una voz, La Voz, decirte:


¡Está bien, servidor bueno y fiel; ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu Señor!

2 comentarios:

Lo mío ya fue, ¿tú qué dices?