miércoles, abril 18

Itinerario de un vínculo amistoso (1a. Parte)



Recuerdo muchas de las discusiones de la secundaria y la prepa, adolescentes eramos entonces que pensaban poder resumir al mundo y a la vida en unas cuantas frases. En argumentos débilmente construidos más por el deseo de triunfo que por el encuentro con la Verdad se nos iba el tiempo. En alguna de aquellas tardes, después del colegio, cuando el ocio reinaba y nos hundíamos en elucubraciones sin sentido más allá que la convivencia misma surgió, según nosotros, la polémica de la posibilidad entre la amistad de varones y mujeres sin tintes románticos. Algunos, no pocos ciertamente, se inclinaron a afirmar que esa amistad era un mito, siempre se escondería un interés amoroso de pareja y no de "cuates". Yo tendía a pensar que puede darse la amistad sin la necesidad de pareja; recuerdo que, por más que me esforcé en aquél entonces, no pude encontrar un buen ejemplo para apoyar mis enclenques ideas.


Recordé este episodio, en mis inicios en los debates improvisados, gracias a la lectura de "Diarios de una Amistad". Probablemente el inicio de este post no sea un método ortodoxo para la presentación de un libro, pero ha sido para mí, la prueba irrefutable de aquellas ideas qué, tartamudeando, traté de articular. Aunque ya, en mi círculo inmediato, pocos quedan de aquellos que fuimos y no me interesa en modo alguno "ganar" la batalla me congratulo en que he encontrado, casi 15 años después, un ejemplo valiosísimo que demuestra la riqueza de la amistad posible entre los varones y las mujeres, otra manera de complementariedad. Desde luego que para esto no sólo basta la fuerza y conciencia humana sino que, también, la historia que se reseña en el libro está prevista por la Gracia y, sin temor, puedo expresar que me parece además, un especial regalo de la Misericordia Divina. 



La amistad entre Karol Wojtyla y Wanda se remonta en el tiempo al dolor de la segunda Guerra Mundial. Incluso el mismo Beato afirmó que su amiga vivió, en su lugar, el paso por un campo de concentración aún sin conocerse en forma previa. La tomó como su hermana, apoyándole como Director Espitural, a lo largo de su vida; ella también, le tomó como hermano y le acompañó hasta los últimos momentos.


El texto mismo se revela al lector como algo indefinible pues no es un diario propiamente, no es una novela, no es un cuento, no es un tratado teológico, no es un en modo alguno una síntesis de misticismo; creo yo, más bien en mi experiencia al leerlo, que es la fotografía de un alma en búsqueda, necesitada de aquella vuelta a Dios mismo que tanto ha remarcado Agustín de Hipona. Y en esta búsqueda aparece una roca a la cual asirse, una roca que no se considera a sí misma como la parte medular del trayecto, sino una parte del camino para llevar a aquella alma al encuentro con el Maestro. A través del viaje de una mujer valiente encontramos la figura, y la conocemos más, de una de las personalidades más importantes de los tiempos recientes en el mundo y hacia dentro de la Iglesia.

Mucho podría reseñarse de esta obra inclasificable. Podría hablarse del primer encuentro y su carga de significado para nuevos encuentros y para el último; sería válido mencionar y concentrar la atención en la figura entre telones del Padre Pío; mencionar quizá los viajes, las acampadas y la trascendencia del encuentro con la naturaleza; sería válido extraer también reflexiones pastorales. Yo quiero hablar, solamente, de lo que me atañe personalmente. Pues de esta amistad especial, de este vínculo espiritual en gran parte ha nacido mi profesión, ahí puedo encontrar el inicio de la carrera que he estudiado; encontrar mis orígenes profesionales, como una manera de atípica arqueología, ha sido siempre fascinante y este libro significa, entre muchas otras cosas, un retorno a la semilla parafraseando aquella narración de Carpentier.


De eso platicaremos en la siguiente entrega.