He tenido reciente acercamiento al conjunto de ideas de la religión que profeso respecto la contribución de ésta a la cultura. Constantemente, y de acuerdo al fervor opositor de más de un amigo cercano, debo esgrimir las razones de mi fe en una especie de apología de lo inmediato y ante la rapidez de los encuentros fugaces en los que poco se puede profundizar. Y eso, en la mayoría de las ocasiones, no puede producirme más que cierta frustración por no haber sabido expresar lo que pienso y opino sobre aquello que creo y que tomo como verdadero.
Me he quedado pensando mucho a partir del Padre Elías, es necesario, siempre lo ha sido pero parece que ahora más, que los que nos decimos creyentes no permanezcamos indiferentes ante los tiempos que nos toca vivir. El Evangelio de este Domingo (MT 10, 26-33), nos pedía reflexionar al respecto en forma constante, ¿cómo damos testimonio los creyentes?
Cierto que el tema de la coherencia es importante y la mayoría de nosotros no refleja el testimonio que tendría que ofrecer; concedido el punto para nuestros detractores. Sin embargo, ello no minimiza en modo alguno la lucha interna en la que vamos de lo que soy a lo que debería ser, apoyados los que en ello vamos por el auxilio espiritual que no viene de los hombres.
La relación del mundo católico con la cultura, en su contexto más amplio abarcando la humanidad entera, es interesante y sumamente amplia. Ya en otra ocasión, retomando las ideas de Alejandro Llano, comenté algo relacionado a esta idea. Sin embargo creo y considero que es un tema en el que se requiere profundizar.
Recuerdo que respecto la idea de la cultura católica que confluye como un río al océano de la cultura humana, Gabriel Zaid expresó en Letras Libres la extinción de esta contribución en forma organizada, resonante y realmente importante. En aquella ocasión concedí razón a sus argumentos, y hoy tampoco me encuentro alejados de ellos. Dos son los puntos que me permiten tener presente esta idea:
Por un lado existe, y ha estado presente con mayor intensidad, un desprecio a todo aquello que según las posiciones más "modernistas" tenga "aroma a incienso". De tal forma que cualquiera puede esgrimir su punto de vista, a menos de que éste, "pública y descaradamente" se le relacione con lo católico. Pareciera que ser católico hoy en día es como traer una especie de señal para que cualquiera pueda a uno verlo en diferencia. Es como decir, "bueno, puede que tengas algo de razón, pero eres católico, y eso demerita tu argumento". Para esta sociedad en la que nos encontramos "lo católico", como si fuera un sello de mala mercancía, es una ofensa más que una distinción.
Por otro lado, los propios católicos, con tal de no ser despreciados en nuestras personas, familias, distinciones, logros, incluso patrimonios, permanecemos indiferentes haciendo de nuestra manera de ver el mundo algo cerrado y permitido sólo a quienes comparten las convicciones. Más de una vez, me he topado con muchos que buscan comprobar mi "ortodoxia" para, depués de marcada la seguridad del terreno que pisarán, proceder a discutir temas relacionados a la creencia en común. Nos hemos encerrado ante los reproches del mundo, y no hemos facilitado el diálogo, la puesta en común y la presentación concreta y completa de aquello en lo que creemos y que consideramos válido. Es necesario que, ante un clima adverso ante nuestra fe, seamos capaces de salir del rincón en el que nos hemos acomodado.
Leyendo a Paz, me he encontrado con esto:
Carlos Castillo le pregunta al poeta :
"¿Concibe usted la lucha por una sociedad plural sin los
católicos? ¿Puede haber pluralismo real si la vida pública es sólo para los
laicos?
Y el poeta responde:
Durante algún tiempo fue necesario laicizar la vida política mexicana, dado el
carácter religioso militante del Estado Español. Ya no. Hay que integrar. En
México, los católicos se aislaron. No siempre fue así: la Independencia
tuvo detrás a los jesuitas, los liberales tuvieron interlocutores católicos de
altura. Sin embargo, desde la mitad del siglo pasado los católicos se
automarginaron. Sólo los poetas, como López Velarde --tal vez nuestro mejor
poeta-- se atrevieron a ser católicos. Pero hubo pensadores. Vasconcelos es más
romántico que católico. Esta marginación debe desaparecer. No por donde piensan
los teólogos de la liberación; más bien debe recuperarse la herencia de las
teologías de la libertad. Pienso en los teólogos españoles del siglo XVI. Esto
nos haría más fácil a los no creyentes dialogar porque nos pondría ante una
parte sepultada de nosotros mismos. Algo tenemos que hacer todos los verdaderos
liberales para sacar a este desdichado país del monólogo en el que vive...
Hoy es necesario un resurgimiento de la cultura desde la perspectiva del catolicismo, es necesario por parte de los laicos comprometidos un verdadero replanteamiento de su misión particularísima del testimonio en los ámbitos cotidianos en los que se encuentran sumergidos. Sobre ello, la jerarquía nos ha dado opciones y vías, pero en el terreno de lo inmediato de la vida debemos también nosotros poner a funcionar nuestra creatividad.
¿Cómo plantear este resurgimiento?, ¿cómo concretizarlo?, son preguntas que me asaltan el pensamiento y no me dejan tranquilo.
¿Alguna idea?